Está
solo. Para seguir camino
se
muestra despegado de las cosas.
No
lleva provisiones.
Cuando
pasan los días
y al
final de la tarde piensa en lo sucedido,
tan
sólo le conmueve
ese
acierto imprevisto
del que
pudo vivir la propia vida
en el
seguro azar de su conciencia,
así,
naturalmente, sin deudas ni banderas.
Una vez
dijo amor.
Se
poblaron sus labios de ceniza.
Dijo
también mañana
con los
ojos negados al presente
y sólo
tuvo sombras que apretar en la mano,
fantasmas
como saldo,
un camino
de nubes.
Soledad,
libertad,
dos
palabras que suelen apoyarse
en los
hombros heridos del viajero.
De todo
se hace cargo, de nada se convence.
Sus
huellas tienen hoy la quemadura
de los
sueños vacíos.
No
quiere renunciar. Para seguir camino
acepta
que la vida se refugie
en una
habitación que no es la suya.
La luz
se queda siempre detrás de una ventana.
Al otro
lado de la puerta
suele
escuchar los pasos de la noche.
Sabe
que le resulta necesario
aprender
a vivir en otra edad,
en otro
amor,
en otro
tiempo.
Tiempo
de habitaciones separadas.